Mercantilistas – Los mercaderes y el estado (Décima tercera parte)

miércoles, 29 de abril de 2009

Mercantilistas – Los mercaderes y el estado (Décima tercera parte)

Si bien la doctrina mercantilista puede ser entendida primordialmente sobre la base de sus orientaciones prácticas y de su promoción empírica, hubo en todos los nuevos Estados nacionales autores que se dedicaron con cierta coherencia a estructurar sus principios generales. Cabe destacar a Antoine de Montchretien (1576-1621) en Francia, Antonio Serra en Italia, Philipp von Hornick (1638-1712) en Austria, Johann Joachim Becher (1635-1682 en Alemania, y Thomas Mun (1571-1641) en Inglaterra. Los estudiosos de esta materia han comprobado que las obras de todos ellos en general sólo brindan elementos de juicio restringidos, pues se limitan a exponer con mayor o menor brevedad los mismos conceptos, y presentan más afirmaciones que argumentos. Se intuye que sus opiniones, sin excepción, no son propias, sino más bien de los mercaderes de quienes fueron portavoces.

Thomas Mun fue, en muchos aspectos, el más distinguido de todos, y desde luego el más conocido en el mundo de habla inglesa; su obra más notable, England’s Treasure by Forraign Trade or The Balance of our Forraign Trade is the Rule of our Treasure, fue publicada póstumamente en 1664. Lo mismo que James y John Estuart Mill en épocas posteriores, estuvo empleado al servicio de la gran Compañía de las Indias Orientales. Durante ese período, la compañía estaba autorizada a exportar para sus fines 30000 libras esterlinas en oro o plata en ocasión de cada viaje, siempre que volviera a importar la misma suma en un plazo de seis meses. Este era un recurso mercantilista preciso y práctico para conservar los fondos, que Mun preconizó entusiásticamente en sus primeros escritos. Más tarde, cuando ya no estuvo obligado a defender esta clase de argumentos, rectificó y se pronunció terminantemente en contra de una política tan dispendiosa.

El único elemento que alivia el tedio de los escritos mercantilistas es su apelación expresa, a veces emotiva, y hasta lacrimosa, a los propios intereses, o a favor de éstos. Montchretien, en un pasaje con delicadas resonancias modernas, describe a los lectores los tiernos suspiros de las mujeres y los lamentables llantos de los niños de quienes han padecido en su trabajo los efectos de la competencia extranjera. Mun, en England’s Treasure, presenta una docena de reglas para maximizar la riqueza y el bienestar de Inglaterra, incluida la abstención del elevado consumo de mercancías extranjeras en la dieta y atavío … (si el consumo ha de ser pródigo) que se utilizando nuestros propios materiales y manufacturas … para que así los excesos de los ricos puedan dar empleo a los pobres. Posteriormente aconsejo que se vendiera siempre caro a los extranjeros lo que éstos no tenían, y barato lo que pueden obtener de otro modo; utilizar los buques propios para las exportaciones (idea mercantilista que sobrevive poderosamente en la legislación estadounidense actual); competir más eficazmente con los holandeses en materia de pesca; comprar barato, en lo posible en países lejanos, y no a mercaderes de ciudades comerciales vecinas; y no dar oportunidades comerciales a competidores cercanos.

Mercantilistas – Los mercaderes y el estado (Décima segunda parte)

martes, 28 de abril de 2009

Mercantilistas – Los mercaderes y el estado (Décima segunda parte)

Durante ese mismo período se constituyó la compañía Británica de las Indias Orientales, institución que resultaría muy duradera (1600-1874), y en 1670 la corporación elegantemente denominada Caballeros Aventureros Mercaderes de la Bahía de Hudson, que existe todavía, si bien su casa matriz se ha trasladado de Gran Bretaña de Gran Bretaña a Canadá. Por su parte, la Compañía francesa de las Indias Orientales obtuvo su patente en 1664. Cada una de esas compañías gozó de un monopolio concedido para explotar las regiones que se les habían asignado o que habían escogido. Todas ellas se veían asimismo en la necesidad de resistir, mediante el uso o la amenaza de las armas, la penetración de los restantes monopolios nacionales a quienes se habían otorgado privilegios similares. De esta forma, las empresas hicieron su aparición no sólo como instrumentos comerciales, sino también bélicos.

A fines del siglo XVII y principios del siglo XVIII prosiguió el registro de compañías por acciones, como llegaron a titularse, con una creciente variedad de objetivos. Mediante este proceso, tanto el comercio con las colonias americanas, como el gobierno de las mismas quedaron en manos de compañías registradas.

En los decenios posteriores a 1700 surgió un nuevo y más espectacular antecedente de las corporaciones modernas, concretado en las alzas tan exuberantes como insensatas de las bolsas de valores de París y Londres. En la primera de estas dos ciudades, bajo los auspicios (y desde cierto punto de vista, gracias al genio) de John Law, se desató una asombrosa inflación de las acciones emitidas por la Compañía de Mississippi que había sido creada para explotar unas minas de oro supuestamente ricas, pero por desgracia imaginarias, en el territorio de Luisiana. En Londres, a su vez, se crearon la Compañía de los Mares del Sur y otras por el estilo, entre ellas una destinada a la explotación de una fuente de energía hasta ahora insuficientemente utilizada, a saber, la rueda del movimiento continuo, y otra, muy celebrada en la historia de la especulación por su misterio, destinada a ejecutar un proyecto muy rentable que nadie sabe en qué consiste.

Mercantilistas – Los mercaderes y el estado (Décima primera parte)

lunes, 27 de abril de 2009

Mercantilistas – Los mercaderes y el estado (Décima primera parte)

Mercantilistas y la balanza comercial favorable

Hacen legión los estudiosos que observaron la circunstancia de que la lucha de los Estados mercantilistas por obtener una balanza comercial favorable (o sea, que el valor de las exportaciones sea mayor que el de las importaciones) no era un juego en el que todos pudieran salir ganadores. Pocas verdades son más evidentes en el terreno de la economía. Pero esto no indujo a ningún Estado a desistir del esfuerzo, como tampoco lo induce ahora. Hasta el día de hoy, toda nación ha mirado a su balanza comercial y se ha preguntado si no podría mejorarse.

El mercantilismo y la intervención del estado

La era del capitalismo mercantilista fue rica en precedentes de políticas que luego asumirían importancia y darían lugar a polémicas, como por ejemplo la intervención del Estado a favor de la industria, la protección arancelaria y una política de la balanza comercial. Pero mayor trascendencia que todos ellos, revistió la aparición de un elemento que se convertiría, durante la época contemporánea, en la institución económica predominante, a saber, la gran empresa moderna.

Al principio se trataba de una nueva asociación provisional de individuos que aunaban sus esfuerzos y sus capitales para una tarea común o para alguna expedición mercantil, y para asegurar precios no competitivos en la compra y venta de los productos respectivos. Los orígenes de estas asociaciones, o de otras similares, pueden rastrearse ya en los gremios medievales. En el siglo XV los Mercaderes aventureros, mercaderes que vendían telas inglesas en el continente, se agruparon en una federación bastante laxa que con el tiempo fue adoptando una forma más cohesiva. Por aquel entonces, tanto en la compañía de Moscovia, fundada en 1555, como en la compañía neerlandesa de las Indias Orientales creada en 1602, el capital ya no estaba comprometido exclusivamente a un viaje o una actividad particular, sino que constituía la base permanente de todas las operaciones.

Mercantilistas – Los mercaderes y el estado (Décima parte)

domingo, 26 de abril de 2009

Mercantilistas – Los mercaderes y el estado (Décima parte)

Mercantilistas y los metales preciosos

En forma similar, las existencias de metales preciosos en manos de un comerciante era en aquellos tiempos el índice simple y fidedigno de su eficacia financiera. No hay tendencia más trillada que aquella según la cual lo que es bueno para el individuo, es bueno para el Estado, opinión que ha sido denominada falacia de la composición. Según esta, en su forma moderna habitual, lo que es conveniente para la economía privada en materia de ingresos, gastos y deudas, es conveniente pari passu para el gobierno. Hace ya mucho tiempo que se considera que la insistencia mercantilista en la acumulación de oro y plata como objetivo de la política pública constituye una falacia de composición. No está claro que lo fuera: como ya se mencionó, aquellos eran años de persistentes conflictos bélicos, y con los metales preciosos podían comprarse los buques y los suministros indispensables para mantener las tropas y sostener las campañas militares. Las referencias al oro y la plata como el nervio de la guerra figuran con frecuencia en las exposiciones de la política mercantilista. De ello se deduce que los gobernantes estaban en lo cierto cuando vinculaban el poder militar y las fuerzas nacionales con políticas que les permitían o parecían permitirles la acumulación de dichos metales. El mercantilismo tenía fuertes raíces en la defensa nacional y en las guerras de agresión.

Sus manifestaciones prácticas, los decretos y leyes mercantilistas, incluían la imposición de aranceles aduaneros y de distintas clases de prohibiciones a la importación. También implicaban la concesión de patentes de monopolio, la cual era práctica habitual en la Inglaterra isabelina y se llevaba a cabo incluso en artículos tan secundarios como las barajas de cartas. Estas concesiones fueron una merced oficial que continuó hasta que fueron derogadas por el parlamento durante el reinado de Jacobo I mediante el Estatuto de los Monopolios, adoptado en 1623-1624. También se practicaba el registro oficial de las grandes compañías mercantiles. Por último, tuvieron lugar persistentes esfuerzos oficiales para la limitar la exportación de oro y plata. Estos, según se puede suponer, fueron en gran parte infructuosos. Al igual que en el control de cambios actual, del que constituyó un precoz antecedente, la prohibición se burlaba con facilidad, y la evasión, a diferencia del hurto o el asesinato, no perturbaba significativamente el sentido moral de la comunidad, ni el de quienes la perpetraban.

Mercantilistas – Los mercaderes y el estado (Novena parte)

sábado, 25 de abril de 2009

Mercantilistas – Los mercaderes y el estado (Novena parte)

Los mercantilistas y la competencia

De vuelta al mercantilismo y a sus decantadas creencias (o errores, como se las denominaría posteriormente), se debe mencionar en primer lugar la actitud negativa de los mercaderes con respecto a la competencia. Tanto la detestaban, que aprobaron la adopción del monopolio, o de la regulación monopolista de precios y productos. Asimismo, dad la influencia que los mercaderes ejercían sobre el Estado, prevaleció una honda creencia en la benignidad del mismo y en las ventajas de su intervención en la economía. Y por último, como cuadraba a un medio en donde predominaba la mentalidad de los comerciantes, se convino con éstos en que la acumulación de oro y plata (riqueza pecuniaria) debía constituir el primer objetivo de la política personal y pública, a la cual debían dirigirse invariablemente los esfuerzos individuales y la regulación pública: siempre es mejor vender mercancías a los demás que comprárselas, pues lo primero otorga ciertas ventajas, mientras que lo segundo acarrea inevitables perjuicios.

Con el transcurso de los años y con el ocaso de la era mercantil, el mercado competitivo pasó a convertirse en un tótem religioso, y el monopolio en el único defecto deplorable en el seno de un sistema por otros conceptos óptimo. Posteriormente se hizo evidente que la noción de la riqueza nacional no dependía de la oferta de dinero, sino de la producción total de bienes y servicios. Así resulta fácil comprender por qué se adoptó una actitud desdeñosa frente a la política mercantilista, y por qué en un momento dado pudo considerarse que la peor falta en un economista o en un legislador o asesor en materia económica era su adhesión a las tendencias del mercantilismo. En esta forma llegaron a imponerse concepciones más acertadas, pero es preciso reconocer que el mercantilismo constituyó en su momento una expresión relevante y predecible de los intereses del príncipe y el comerciante.

Como acaba de mencionarse, a los mercaderes de la era mercantilista no les agradaba la competencia en materia de precios, desagrado éste que muchos comerciantes comparten todavía en la actualidad. En cambio, les convenían los métodos opuestos, como por ejemplo los convenios o acuerdos entre los vendedores respecto de los precios, el otorgamiento de concesiones o patentes de monopolio por parte de la corona en relación con determinados productos, el monopolio del comercio con alguna región del planeta, y la prohibición de toda producción que pudiera presentar competencia, así como la venta de los productos respectivos en las colonias del nuevo mundo. La tendencia a identificar los intereses de determinado grupo con el interés nacional no es un factor que pueda sorprender a los observadores modernos.

Mercantilistas – Los mercaderes y el estado (Octava parte)

viernes, 24 de abril de 2009

Mercantilistas – Los mercaderes y el estado (Octava parte)

El concepto del justo precio también fue perdiendo terreno ante el avance del mercantilismo, pues la suprema preocupación de los mercaderes no era sostener precios demasiado elevados, sino impedir que la competencia los redujera en exceso.

Los salarios tuvieron un papel escaso o nulo en la teoría y en la práctica del mercantilismo. En esto fue determinante el papel del comercio exterior, como se diría actualmente. Los trabajadores distantes, ya fueran esclavos, siervos y hombres libres, que producían telas, especias, azúcar o tabaco en tierras remotas de Oriente u Occidente, no eran tomados en cuenta para nada. Pero lo mismo sucedía con los trabajadores de regiones más cercanas, Las manufacturas domésticas implicaban que marido, mujer e hijos trabajaran en el hogar, transformando en telas la materia prima suministrada por el mercader. Tampoco en este caso se pagaba un salario propiamente dicho, pues el empresario mercantil pagaba simplemente por el trabajo la suma necesaria para que éste fuera ejecutado. Como sobre esta base no podía edificarse un teoría de salarios, no hubo ninguna que valiera la pena dentro del pensamiento mercantilista.

La industria doméstica exige una atención particular. En siglos posteriores, el sistema fabril, con sus miradas de trabajadores encuadrados y regimentados, evocaría una vívida imagen de explotación. En cambio, las industrias domésticas o aldeanas parecerían suscitar, por contraste, una impresión de independencia familiar y de benévola autoridad y responsabilidad paterna, es decir, una escena tranquila desde el punto de vista social. Las personas propensas a la ternura imaginarán todavía hoy la posibilidad de dedicarse a artes y oficios ejercidos en el hogar, para huir de las disciplinas rigurosas del mundo económico. En la India se exige a todos los gobiernos, y a casi todos los políticos, según la mejor tradición gandhiana, que fomenten la recuperación de las industrias domésticas, incluidas las de hilados y tejidos que atrajeron a los mercaderes y a las grandes compañías mercantiles a Madrás, Calcuta y Bengala en la era del capitalismo comercial. Son al parecer muchos los que han olvidado la terrible explotación inflingida a hombres y mujeres bajo la amenaza de morir de hambre, y de igual modo a los hijos por sus padres. Por otra parte, la gerencia desempeñada por una cabeza de familia no raya siempre a gran altura en cuanto a eficacia e inteligencia. Sería bueno que muchos de los que han descrito o celebrado el idilio hogareño de las industrias domésticas a lo largo de los siglos hubieran experimentado personalmente sus rigores cuando constituía la única fuente de ingresos.

Mercantilistas – Los mercaderes y el estado (Séptima parte)

jueves, 23 de abril de 2009

Mercantilistas – Los mercaderes y el estado (Séptima parte)

Obvio es mencionar que el mercantilismo representó una señalada ruptura con las actitudes éticas y con las prescripciones de Aristóteles y de santo Tomás de Aquino, como con las propias del Medioevo en general. Dado que los mercaderes buscaban abiertamente la riqueza en una sociedad en la cual ejercían influencia, por momentos dominante, tal actividad perdió sus connotaciones perversas o negativas. Los mercaderes eran acomodaticios en asuntos de conciencia. Es posible que el protestantismo o en particular el puritanismo hayan coadyuvado a este proceso, pero en definitiva la fe religiosa, como siempre, se adaptó a las circunstancias y necesidades de la economía.

A medida que la riqueza y las actividades destinadas a lograrla fueron haciéndose respetables, también adquirió respetabilidad, en ausencia de excesos, el préstamo con interés. Esta fue otra forma de adaptación a la realidad imperante. Hacia fines de la Edad Media, como se ha podido verificar abundantemente, había surgido ya la distinción entre las diferentes clases de interés. Por ejemplo, podían condenarse con indignación los intereses que presentaban una exacción impuesta a los menesterosos por los afortunados. O bien los que cobraban a algún noble o príncipe prodigo, que gracias a su importancia y a su buena oratoria podía hacerse escuchar cuando protestaba contra los pagos abusivos que se le exigían. Pero no sucedía lo mismo cuando el prestatario obtenía beneficios de la utilización del préstamo. En ese caso, sobre la base de una elemental equidad podía sostenerse que debía compartir sus beneficios con el prestamista que los había hecho posibles, indemnizándolo al mismo tiempo por el riesgo de pérdida. Tanto la doctrina de la iglesia católica como la de las protestantes, aunque sólo gradualmente, y de mala gana, fueron haciendo las concesiones necesarias a las circunstancias de la economía. Así llegó a resultar legítima la financiación de las operaciones mercantiles con dinero prestado, y ya no se negó a los comerciantes el acceso al paraíso.

Mercantilistas – Los mercaderes y el estado (Sexta parte)

miércoles, 22 de abril de 2009

Mercantilistas – Los mercaderes y el estado (Sexta parte)

También es cierto que el gran flujo de plata y oro contribuyó a fijar la atención de los mercaderes y gobiernos sobre estos metales preciosos y sobre las políticas más eficaces para incrementar su cantidad, ya fuera en su propiedad o bajo su control. Esto último, en particular, fue un elemento decisivo para la concepción y la política del mercantilismo.

El tercero y más importante de los acontecimientos de esos largos años fue la aparición y consolidación de la autoridad del Estado moderno, proceso que no llegaría a culminar hasta la unificación de Italia en 1861 y de Alemania en Versalles, diez años después. Los siglos anteriores habían visto la decadencia de los señores feudales compulsivamente belicosos, y el surgimiento del poder de los príncipes y de las autoridades urbanas. La creación de los Estados nacionales fue sólo el último eslabón de una larga cadena de acontecimientos históricos.

Con la aparición del Estado nacional sobrevino una vinculación todavía más íntima entre la autoridad pública y los intereses mercantiles. Durante mucho tiempo se ha discutido qué sucedió primero. ¿Fue el Estado quien se atrajo a los mercaderes para hacerlos propicios a su superior autoridad? ¿O bien fue un Estado fuerte el instrumento necesario para el poder de los comerciantes? La teoría económica, como tantas otras, padece el problema de la prioridad entre el huevo y la gallina. Gustav Schmoller (1838-1917), historiador y economista alemán, y Elí Filip Heckscher (1879-1952), el gran historiador económico sueco, uno de los maestros de su profesión, sostuvieron que el servicio y sumisión a los intereses de los mercaderes fue la tendencia natural de los Estados nacionales; los mercaderes, por su parte, facilitaban al gobierno los recursos económicos que necesitaba para el sostenimiento de su poder tanto en el ámbito interior como en la esfera internacional. Ya fuera luchando entre sí, o a la inversa, en relaciones de cooperación, los comerciantes ayudaron a crear y consolidar el poder del Estado. Las oscilaciones de la política oficial durante el largo período en el que el mercantilismo tuvo la hegemonía no pueden entenderse sin comprender hasta qué punto el Estado era criatura de intereses comerciales variables cuyo único objetivo común era contar con un Estado fuerte, siempre que pudieran manipularlo exclusivamente en beneficio propio.

A la inversa, según la concepción opuesta, la construcción de las naciones obedeció a una dinámica propia del poder, con respecto a la cual la influencia y la riqueza de los comerciantes sólo fueron factores contribuyentes.

Esta diferencia de opiniones no puede conciliarse, pero nadie discute seriamente la influencia de los mercaderes en los nuevos Estados nacionales. Tanto el orden interno como la protección exterior servían fuertemente a sus intereses, y éstos, a su vez, eran contrapuestos a las viejas rivalidades y conflictos feudales. Y se beneficiaban también de políticas más especiales, favorables al bienestar de los mercaderes. De estas necesidades y aspiraciones provienen las ideas y los actos inspirados por el mercantilismo.

Mercantilistas – Los mercaderes y el estado (Quinta parte)

martes, 21 de abril de 2009

Mercantilistas – Los mercaderes y el estado (Quinta parte)

Los mercantilistas, la inflación y la teoría cuantitativa del dinero (continuación)

Otro efecto de la gran afluencia de plata y oro fue el ejercido por el volumen de intercambio, o sea, sobre la magnitud de la propia actividad mercantil. Hubo quienes creían, como algunos siguen opinando ahora, que el papel del dinero es fundamentalmente neutral: según ellos, se trata únicamente de un instrumento para la compra y venta de mercancías, un expediente para subsanar el lapso de tiempo que transcurre entre la venta y la compra de bienes, una forma conveniente de atesorar. Por otra parte, la situación del mercado, es decir, el volumen de mercancías y de servicios producidos y disponibles para la venta y compra, depende, en el marco de esta hipótesis, de factores más fundamentales y más refinados. En realidad, puede asegurarse que la revolución de los precios, o sea, la inflación, ocurrida durante los siglos XVI y XVII, constituyó una fuerza muy estimulante, pues en esa situación al revés de lo que sucedería en un período de disminución de los precios o de deflación, al contar con algún activo duradero, o al contratar alguna compra para reventa futura, podía preverse un beneficio en términos monetarios corrientes debido al esperado aumento de precios. Sería muy difícil poner en duda la tremenda influencia favorable que representó para el comercio la persistencia de tal estado de cosas, mientras continuaron afluyendo los metales preciosos desde América. También puede suponerse que era cada vez mayor el número de personas con acceso a la adquisición de dinero, propensas por lo mismo a considerarlos como un fin en sí. Esta inclinación fue probablemente enunciada en la forma más elocuente por el propio Cristóbal Colón. El oro dijo, es excelentísimo: del oro se hace tesoro, y con él, quien lo tiene, hace cuanto quiere en el mundo y llega a que echa las ánimas al paraíso.

Mercantilistas – Los mercaderes y el estado (Cuarta parte)

lunes, 20 de abril de 2009

Mercantilistas – Los mercaderes y el estado (Cuarta parte)

Los mercantilistas, la inflación y la teoría cuantitativa del dinero

Las minas del Nuevo Mundo y los galeones que, expuestos a los caprichos de los vientos, a las inclemencias del tiempo y a la ocasional intrusión de los piratas, transportaban los metales preciosos a la península ibérica fueron los factores que precipitaron el segundo gran acontecimiento de aquellos años, a saber, el notable ascenso de los precios. El tesoro afluía a España, en donde, conforme a la ley, debía ser acuñado, y luego seguía viaje a otros países europeos, para pagar las compulsivas operaciones militares españolas y pagar las mercancías que se importaban. Debe tenerse en cuenta que durante aquella época la guerra constituía una ocupación de capital importancia que se llevaba el grueso del gasto público. Max Weber, el gran sociólogo alemán, calculó que aproximadamente el 70 por ciento de los ingresos públicos de España y alrededor de las dos terceras partes de los ingresos de otras naciones europeas se gastaban de esa forma.

El efecto de la gran afluencia de metales preciosos fue el incremento general de los precios, manifestación inicial de la teoría cuantitativa del dinero, según la cual, dado cierto volumen de intercambio, los precios varían en proporción directa con la oferta de dinero. El incremento de los precios se inició en España y se extendió luego al resto de Europa, siguiendo el itinerario de la plata y del oro. Entre 1500 y 1600 los precios probablemente se quintuplicaron en Andalucía. En Inglaterra, si se toma como base 100 el nivel de los precios durante la segunda mitad del siglo XV, o sea, poco antes de Colón, el aumento había llegado a 250 a fines del siglo y aproximadamente a 350 durante el decenio de 1673-1682. En los últimos tiempos, para naciones como México, Brasil o Israel, una evolución similar sería considerada como un período de estabilidad monetaria. Pero en aquella época estos movimientos de precios mostraron que la existencia de una moneda metálica fuerte (el patrón oro y plata) era compatible con la inflación. La relación entre éstos y la oferta de dinero (asunto que en épocas posteriores llegaría a ocupar, de manera casi excluyente, la atención del pensamiento económico) empezó a ser un tema de los comentarios sobre economía de la época. Jean Bodin (1530-1596), al escribir en 1576 acerca de esta cuestión, cuando la importación de metales preciosos estaba en pleno auge, dijo lo siguiente: Creo que los altos precios que rigen en la actualidad son ocasionados por cuatro o cinco causas distintas. La principal, y podría decirse la única (a la que nadie se ha referido hasta ahora) es la abundancia de oro y plata. Y a continuación señaló que el monopolio era la segunda causa.

Mercantilistas – Los mercaderes y el estado (Tercera parte)

viernes, 17 de abril de 2009

Mercantilistas – Los mercaderes y el estado (Tercera parte)

Conjuntamente con la proliferación de los mercados y el ascenso de la clase mercantil tuvieron lugar otros tres acontecimientos que habrían de influir en las actitudes y las políticas económicas de la época.

El primero de ellos lo constituyeron los viajes de descubrimiento a América y el Lejano Oriente. En 1492 Colón, marino formado por los portugueses, llegaba a América. Cinco años más tarde, el navegante lusitano Vasco de Gama llegaría a la India, y en las décadas posteriores continuaron las expediciones, en un principio desde España y Portugal, y posteriormente desde Inglaterra, Francia y Holanda. Ello ocasionó un flujo de nuevos y exóticos productos que se importaban a Europa desde el Oriente, y lo que es todavía más importante, una serie continua de cargamentos de oro y plata de las minas del Nuevo Mundo. Según uno de los mitos históricos más persistentes, se trataba de oro acumulado en los tesoros de los incas y de los demás pueblos americanos que sólo era cuestión de recoger. Pero en realidad, como se ha dicho, el metal importado en mayor cantidad era la plata, que no se encontraba en forma de lingotes ni de adornos, sino que era arrancada del subsuelo por el penosos trabajo de decenas y centenares de miles de indios, cuya vida laboral era tan breve como difícil en la minas de San Luís Potosí y de Guanajuato en México, y en la de otros parajes de la Nueva España. Entre 1531 y 1570, cuando esta corriente se acercaba a su culminación, la plata representó entre el 85 y el 97 por ciento del peso total de los tesoros transportados a Europa.

Mercantilistas – Los mercaderes y el estado (Segunda parte)

jueves, 16 de abril de 2009

Mercantilistas – Los mercaderes y el estado (Segunda parte)

Desde la Edad Media había tenido lugar una expansión irregular pero continua del comercio dentro de los países europeos, entre ellos y entre Europa y el Mediterraneo oriental. En la época de los mercaderes se produjo un gran incremento del comercio tanto local como de larga distancia. Florecieron mercados muy diversos en los cuales se vendían tejidos, hilados, vinos, artículos de piel, zapatos, cereales (principalmente trigo) y muchos otros productos; estas actividades se desarrollaban en ferias, en grandes cobertizos o salas públicas y en terrenos circundantes. Los barcos transportaban productos de tierras cada vez más lejanas. Aparecieron los bancos, primero en Italia y después en Europa del Norte. Los puestos de los cambistas, en los cuales se pesaba y trocaban monedas de diferentes países, llegaron a convertirse en una característica habitual de la vida comercial. El mercader surgió de las sombras feudales para convertirse en un personaje bien definido, y cuando prosperaba y operaba en vasta escala, era aceptado en sociedad y se cubría de prestigio. En todo el continente europeo la máxima jerarquía social continuó perteneciendo a los terratenientes, los descendientes de los barones feudales, entre quienes había muchos que conservaban su especial tendencia instintiva al conflicto armado y a la autodestrucción correspondiente. Pero ya en el siglo XV la ciudades mercantiles, como Venecia, Florencia y Brujas, sucedidas luego por Amberes, Ámsterdam, Londres y las de la Liga Hanseática, contaban con distinguidas comunidades mercantiles. Como en ellas el comercio era la ocupación general, desaparecía el estigma en un tiempo asignado a los mercaderes. Cabe añadir que se trataba de comunidades cuyo nivel artístico y cultural era por lo cereal más elevado que el de las viejas clases de propietarios rurales. E

En las ciudades comerciales, los grandes mercaderes no sólo influían en el gobierno, sino que ellos mismos eran el gobierno. Y en toda Europa, desde el siglo XV hasta el siglo XVIII, fueron adquiriendo una creciente influencia en los nuevos Estados nacionales. Sus ideas llegaron a determinar la opinión pública, y a través de ella, la acción oficial. Cabe recordar también que su influencia provino en gran parte del hecho de que para poder sobrevivir, los mercaderes debían superar en inteligencia a los miembros hereditarios de las viejas clases terratenientes, inteligencia que por otra parte llego a incluir ideas muy claras acerca de la forma en que el Estado podía servir a sus intereses.