Mercantilistas – Los mercaderes y el estado (Sexta parte)

miércoles, 22 de abril de 2009

Mercantilistas – Los mercaderes y el estado (Sexta parte)

También es cierto que el gran flujo de plata y oro contribuyó a fijar la atención de los mercaderes y gobiernos sobre estos metales preciosos y sobre las políticas más eficaces para incrementar su cantidad, ya fuera en su propiedad o bajo su control. Esto último, en particular, fue un elemento decisivo para la concepción y la política del mercantilismo.

El tercero y más importante de los acontecimientos de esos largos años fue la aparición y consolidación de la autoridad del Estado moderno, proceso que no llegaría a culminar hasta la unificación de Italia en 1861 y de Alemania en Versalles, diez años después. Los siglos anteriores habían visto la decadencia de los señores feudales compulsivamente belicosos, y el surgimiento del poder de los príncipes y de las autoridades urbanas. La creación de los Estados nacionales fue sólo el último eslabón de una larga cadena de acontecimientos históricos.

Con la aparición del Estado nacional sobrevino una vinculación todavía más íntima entre la autoridad pública y los intereses mercantiles. Durante mucho tiempo se ha discutido qué sucedió primero. ¿Fue el Estado quien se atrajo a los mercaderes para hacerlos propicios a su superior autoridad? ¿O bien fue un Estado fuerte el instrumento necesario para el poder de los comerciantes? La teoría económica, como tantas otras, padece el problema de la prioridad entre el huevo y la gallina. Gustav Schmoller (1838-1917), historiador y economista alemán, y Elí Filip Heckscher (1879-1952), el gran historiador económico sueco, uno de los maestros de su profesión, sostuvieron que el servicio y sumisión a los intereses de los mercaderes fue la tendencia natural de los Estados nacionales; los mercaderes, por su parte, facilitaban al gobierno los recursos económicos que necesitaba para el sostenimiento de su poder tanto en el ámbito interior como en la esfera internacional. Ya fuera luchando entre sí, o a la inversa, en relaciones de cooperación, los comerciantes ayudaron a crear y consolidar el poder del Estado. Las oscilaciones de la política oficial durante el largo período en el que el mercantilismo tuvo la hegemonía no pueden entenderse sin comprender hasta qué punto el Estado era criatura de intereses comerciales variables cuyo único objetivo común era contar con un Estado fuerte, siempre que pudieran manipularlo exclusivamente en beneficio propio.

A la inversa, según la concepción opuesta, la construcción de las naciones obedeció a una dinámica propia del poder, con respecto a la cual la influencia y la riqueza de los comerciantes sólo fueron factores contribuyentes.

Esta diferencia de opiniones no puede conciliarse, pero nadie discute seriamente la influencia de los mercaderes en los nuevos Estados nacionales. Tanto el orden interno como la protección exterior servían fuertemente a sus intereses, y éstos, a su vez, eran contrapuestos a las viejas rivalidades y conflictos feudales. Y se beneficiaban también de políticas más especiales, favorables al bienestar de los mercaderes. De estas necesidades y aspiraciones provienen las ideas y los actos inspirados por el mercantilismo.

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