Mercantilistas – Los mercaderes y el estado (Décima parte)

domingo, 26 de abril de 2009

Mercantilistas – Los mercaderes y el estado (Décima parte)

Mercantilistas y los metales preciosos

En forma similar, las existencias de metales preciosos en manos de un comerciante era en aquellos tiempos el índice simple y fidedigno de su eficacia financiera. No hay tendencia más trillada que aquella según la cual lo que es bueno para el individuo, es bueno para el Estado, opinión que ha sido denominada falacia de la composición. Según esta, en su forma moderna habitual, lo que es conveniente para la economía privada en materia de ingresos, gastos y deudas, es conveniente pari passu para el gobierno. Hace ya mucho tiempo que se considera que la insistencia mercantilista en la acumulación de oro y plata como objetivo de la política pública constituye una falacia de composición. No está claro que lo fuera: como ya se mencionó, aquellos eran años de persistentes conflictos bélicos, y con los metales preciosos podían comprarse los buques y los suministros indispensables para mantener las tropas y sostener las campañas militares. Las referencias al oro y la plata como el nervio de la guerra figuran con frecuencia en las exposiciones de la política mercantilista. De ello se deduce que los gobernantes estaban en lo cierto cuando vinculaban el poder militar y las fuerzas nacionales con políticas que les permitían o parecían permitirles la acumulación de dichos metales. El mercantilismo tenía fuertes raíces en la defensa nacional y en las guerras de agresión.

Sus manifestaciones prácticas, los decretos y leyes mercantilistas, incluían la imposición de aranceles aduaneros y de distintas clases de prohibiciones a la importación. También implicaban la concesión de patentes de monopolio, la cual era práctica habitual en la Inglaterra isabelina y se llevaba a cabo incluso en artículos tan secundarios como las barajas de cartas. Estas concesiones fueron una merced oficial que continuó hasta que fueron derogadas por el parlamento durante el reinado de Jacobo I mediante el Estatuto de los Monopolios, adoptado en 1623-1624. También se practicaba el registro oficial de las grandes compañías mercantiles. Por último, tuvieron lugar persistentes esfuerzos oficiales para la limitar la exportación de oro y plata. Estos, según se puede suponer, fueron en gran parte infructuosos. Al igual que en el control de cambios actual, del que constituyó un precoz antecedente, la prohibición se burlaba con facilidad, y la evasión, a diferencia del hurto o el asesinato, no perturbaba significativamente el sentido moral de la comunidad, ni el de quienes la perpetraban.

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