Mercantilistas – Los mercaderes y el estado (Novena parte)

sábado, 25 de abril de 2009

Mercantilistas – Los mercaderes y el estado (Novena parte)

Los mercantilistas y la competencia

De vuelta al mercantilismo y a sus decantadas creencias (o errores, como se las denominaría posteriormente), se debe mencionar en primer lugar la actitud negativa de los mercaderes con respecto a la competencia. Tanto la detestaban, que aprobaron la adopción del monopolio, o de la regulación monopolista de precios y productos. Asimismo, dad la influencia que los mercaderes ejercían sobre el Estado, prevaleció una honda creencia en la benignidad del mismo y en las ventajas de su intervención en la economía. Y por último, como cuadraba a un medio en donde predominaba la mentalidad de los comerciantes, se convino con éstos en que la acumulación de oro y plata (riqueza pecuniaria) debía constituir el primer objetivo de la política personal y pública, a la cual debían dirigirse invariablemente los esfuerzos individuales y la regulación pública: siempre es mejor vender mercancías a los demás que comprárselas, pues lo primero otorga ciertas ventajas, mientras que lo segundo acarrea inevitables perjuicios.

Con el transcurso de los años y con el ocaso de la era mercantil, el mercado competitivo pasó a convertirse en un tótem religioso, y el monopolio en el único defecto deplorable en el seno de un sistema por otros conceptos óptimo. Posteriormente se hizo evidente que la noción de la riqueza nacional no dependía de la oferta de dinero, sino de la producción total de bienes y servicios. Así resulta fácil comprender por qué se adoptó una actitud desdeñosa frente a la política mercantilista, y por qué en un momento dado pudo considerarse que la peor falta en un economista o en un legislador o asesor en materia económica era su adhesión a las tendencias del mercantilismo. En esta forma llegaron a imponerse concepciones más acertadas, pero es preciso reconocer que el mercantilismo constituyó en su momento una expresión relevante y predecible de los intereses del príncipe y el comerciante.

Como acaba de mencionarse, a los mercaderes de la era mercantilista no les agradaba la competencia en materia de precios, desagrado éste que muchos comerciantes comparten todavía en la actualidad. En cambio, les convenían los métodos opuestos, como por ejemplo los convenios o acuerdos entre los vendedores respecto de los precios, el otorgamiento de concesiones o patentes de monopolio por parte de la corona en relación con determinados productos, el monopolio del comercio con alguna región del planeta, y la prohibición de toda producción que pudiera presentar competencia, así como la venta de los productos respectivos en las colonias del nuevo mundo. La tendencia a identificar los intereses de determinado grupo con el interés nacional no es un factor que pueda sorprender a los observadores modernos.

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