Mercantilistas – Los mercaderes y el estado (Séptima parte)

jueves, 23 de abril de 2009

Mercantilistas – Los mercaderes y el estado (Séptima parte)

Obvio es mencionar que el mercantilismo representó una señalada ruptura con las actitudes éticas y con las prescripciones de Aristóteles y de santo Tomás de Aquino, como con las propias del Medioevo en general. Dado que los mercaderes buscaban abiertamente la riqueza en una sociedad en la cual ejercían influencia, por momentos dominante, tal actividad perdió sus connotaciones perversas o negativas. Los mercaderes eran acomodaticios en asuntos de conciencia. Es posible que el protestantismo o en particular el puritanismo hayan coadyuvado a este proceso, pero en definitiva la fe religiosa, como siempre, se adaptó a las circunstancias y necesidades de la economía.

A medida que la riqueza y las actividades destinadas a lograrla fueron haciéndose respetables, también adquirió respetabilidad, en ausencia de excesos, el préstamo con interés. Esta fue otra forma de adaptación a la realidad imperante. Hacia fines de la Edad Media, como se ha podido verificar abundantemente, había surgido ya la distinción entre las diferentes clases de interés. Por ejemplo, podían condenarse con indignación los intereses que presentaban una exacción impuesta a los menesterosos por los afortunados. O bien los que cobraban a algún noble o príncipe prodigo, que gracias a su importancia y a su buena oratoria podía hacerse escuchar cuando protestaba contra los pagos abusivos que se le exigían. Pero no sucedía lo mismo cuando el prestatario obtenía beneficios de la utilización del préstamo. En ese caso, sobre la base de una elemental equidad podía sostenerse que debía compartir sus beneficios con el prestamista que los había hecho posibles, indemnizándolo al mismo tiempo por el riesgo de pérdida. Tanto la doctrina de la iglesia católica como la de las protestantes, aunque sólo gradualmente, y de mala gana, fueron haciendo las concesiones necesarias a las circunstancias de la economía. Así llegó a resultar legítima la financiación de las operaciones mercantiles con dinero prestado, y ya no se negó a los comerciantes el acceso al paraíso.

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